Llevo unos días sin pasar por aquí porque hemos pasado unos días en casa de mi padre, en el pueblo, disfrutado de los sobrinos, y mi peque de sus primos y de su tío y abuelo.
El otro día leía a alguien en Twitter que decía que siempre le pasaba lo mismo: estaba deseando ir a su pueblo y nada más llegar estaba deseando marcharse. Coincido con esa opinión al cien por cien. Me gusta ir a ver a mi padre, me gusta que mis hijos disfruten de lo que es ser niño en un pueblo, de esa libertad, de ir y venir sin horarios, pero el pueblo me parece un rollo monumental, me aburro desde el primer minuto y para mí cinco días han sido, no solo suficientes, sino demasiados.
Mi padre es lo que ha sido siempre: le encantan los niños, adora pasar tiempo con sus nietos y hacer cosas con ellos como salir a dar una vuelta, llevarles con las bicis, sacarles por las noches, en estos días enseñarles las estrellas y llevarles a ver las Perseidas, prepararles sus comidas favoritas, mimarles...
Pero me quedé al mando de todos, porque mi hermano trabajaba el lunes y el martes, y no es lo mismo ejercer de tía que tener que imponer un poco de orden a esos niños descalzos, en pelotas, jugando con agua dentro y fuera de casa, comiendo porquerías a cualquier hora y luego no queriendo comer, discutiendo entre ellos...
La experiencia ha estado bien, aunque me han sobrado dos días y me ha servido para estar deseando llegar a mi casita y disfrutar un poco de las últimas semanas de vacaciones antes de ir pensando en volver al trabajo.
Estoy en modo cuenta atrás. Cuatro días para que vuelva mi hijo: demasiados. Dieciocho para empezar a trabajar: poquísimos.
Yo daría lo que fuera por volver a ser niña y pasar unos días de verano en el pueblo con mis primos
ResponderEliminarSi fuera niña creo que también me gustaría, pero hoy por hoy, no mucho, la verdad.
EliminarBesos.