Quería contaros un par de cosas, así, sin tapujos, y ya que en estos días mes todos nos hemos acordado del cáncer de mama, y es un tema del que a nadie le gusta hablar.
Era aún una cría de 16 años cuando me encontré un bulto en un pecho.
Me llevaron al ginecólogo por primera vez en la vida y el tipo que me tocó era lo más desagradable que yo he encontrado en cuestión de médicos.
Imaginad que aquello fue un muy mal momento, sobre todo cuando el médico me dijo que no tenía sólo un bulto, sino unos cuantos. Creo que pasé dos o tres semanas llorando sin consuelo.
A los diecinueve me operaron porque uno de mis bultitos (fibroadenoma, para más información) se había puesto a crecer a lo tonto y llegaba ya a un tamaño bastante considerable. Nada maligno, nada preocupante, pero nada agradable, especialmente siendo tan joven.
Desde entonces, prevención, revisiones, pruebas, año tras año...
Encontré entonces un ginecólogo que fue una de las mejores cosas que me han pasado. Una persona excelente, comprensiva, cariñosa, que restaba importancia a las cosas y también me las contaba tal cual. Con él tuve (con él no, claro, con mi chico) a mi hijo mayor. Luego un cáncer se lo llevó y fue para mí una gran pérdida, porque no fue mi médico, sino mi amigo, durante muchos años.
Todos los años cuando pasa el verano, mi cabeza empieza a dar vueltas al tema. Llega el mes de septiembre, octubre, y es un momento duro. Momento de hacerme la ecografía, y, este año, de regalo, por los años que he cumplido (no digáis nada, que soy una niña) también una mamografía.
Nervios, una semana durmiendo fatal, pensando, dando vueltas a la cabeza.
Y por fin, ayer, la prueba.
Llegas allí y te encuentras desnuda, desprotegida, tetas al aire. La enfermera te agarra la teta y te la plancha, vuelta y vuelta, en el aparato.
- Dime que pare de apretar cuando quieras.
- Para.
- No, todavía no, mujer. Si aún no he empezado.
Es que tengo las tetas un poco complicadas.
Creo que se me notaban los nervios porque la ecógrafa me dijo al terminar.
- Tranquila, no tienes nada malo.
Me regalé una tarde libre, de compras y de paseo a mi aire.
Me lo merecía. ¿O no?