El fin de semana

Madrid. No sé si es mi ciudad favorita del mundo, entre otras cosas porque no conozco demasiadas, pero sí es una de ellas.

Fin de semana de novios o, lo que es lo mismo, sin niños.

Llegamos el viernes por la tarde, a tiempo para dar un paseo nocturno por el centro. Yaaaa, pensaréis que hay lugares mejores para ir, pero vivimos en una ciudad pequeña, así que de vez en cuando, cuando vamos a Madrid, aprovechamos para cosas que no tenemos en mi ciudad.

Llegamos a Callao y me acordé de Cristina, que el otro día hablaba de una nueva librería.





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Porque al oír la palabra librería se desatan todas mis alarmas, así que allí estuvimos.

Tengo que decir que el edificio es precioso, y la librería tiene buena pinta, con cosas muy curiosas, pero es bastante cara, y había muchísima gente, y hacía muchísimo calor, y no tenían o no funcionaba el aire acondicionado, así que no estuvimos demasiado tiempo dentro.







Esta foto es del bar-restaurante de la librería, que es precioso, pero el calor no nos invitó a quedarnos. Cenamos en un restaurante que ya conocíamos, en la terraza, en un lugar precioso, disfrutando de la noche.

El sábado dedicamos la mañana a las compras. Estuvimos por la calle Fuencarral y alrededores, donde encontramos algunas cosillas para los dos.

Y, por la tarde, fuimos a ver la exposición de Edward Hopper en el Museo Thyssen. Afortunadamente, habíamos reservado las entradas, porque ya estaban agotadas para el sábado y el domingo; eran los dos últimos días de la exposición.

A mi chico, que no conocía demasiado de la pintura de Hopper, no le gustó mucho, porque él es muy clásico (y lo digo despectivamente, como si le llamara viejuno) y tengo que reconocer que a mí, gustándome mucho este autor, me pareció que faltaban algunas de sus obras emblemáticas.

Como por ejemplo, éstas.

Aún así, me dejó sin palabras el tratamiento de la luz de muchos de sus cuadros (y esto lo digo sin entender nada de nada de pintura).

Cuando salimos de la exposición, ya tarde por la noche, teníamos claro que queríamos sushi. Solemos ir al SushiClub, un sitio donde la calidad es muy buena, aunque es un poco pijo y caro. Pero, de camino, encontramos otro lugar donde nos dieron muy bien de cenar, y a un precio más que asequible.

El sushi en casa nos gusta a todos, sí, incluso a los niños. Y la tempura. Y los wok, que últimamente están de moda, pero nosotros tenemos un wok en casa desde hace al menos seis o siete años, y lo usamos regularmente.





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Por último, el domingo no madrugamos. Creo que ya os he dicho que a mí me gusta levantarme muy pronto, pero a mi chico no, así que le di el capricho, con la condición de ir a tomar un brunch (no lo habíamos hecho antes) a uno de los lugares donde dicen que mejor lo ponen en la ciudad. El café Oliver.





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El lugar está muy bien. Y desayunamos-comimos un montón. Croissant, napolitana de chocolate (lo mejor de todo, buenísimos, como en París), pan con mermelada y mantequilla, zumos naturales, actimel y café con leche para empezar. Después, los dos pedimos los huevos Benedictine, como los que se ven en la foto. Estaban buenísimos. De segundo plato yo tomé ensalada y mi chico unos pancakes con sirope. Era demasiado para él, que suele desayunar un café sin más, pero a mí me encantó, porque me gusta el desayuno por encima de todas las demás comidas del día. Y ya era la 1 del mediodía.

El local estaba muy lleno cuando nos fuimos, pero no tanto cuando llegamos, por lo que el ambiente era agradable (vaaaaaaaaale, a él le pareció bastante pijo, tengo que decirlo, porque es más crítico con las cosas que yo, que soy más inocente y cualquier cosa me parece bien).

Después, todavía nos ha dado tiempo a pasar a ver a mi sobrinito por el camino de vuelta a casa. Así que ha sido un fin de semana muy completito.

A ver cómo se presenta la semana. Ufff.