Empecé el mes con Días sin hambre de Delphine de Vigan, y con un poquito más de tiempo libre, aunque no demasiado. Me gustó, y estoy deseando volver a repetir con esta autora.
En pocos días nos confinaron perimetralmente, y procuré no salir de casa más que lo imprescindible, trabajar y hacer la compra. Eso ha influido mucho en el tema del tiempo libre para la lectura. Y eso ha supuesto que haya leído más este mes.
Continué con Tierra, de Eloy Moreno. Reconozco que no me gusta mucho el autor, no me convence como escribe pero terminé por engancharme a la trama. Y lo disfruté, intentando olvidarme de cuestiones técnicas de escritura, aunque tiene algo que siempre consigue sacarme de la historia, una y otra vez.
En la biblioteca de mi nuevo centro hay buenas novelas gráficas, y estoy aprovechando con algunas de ellas. En este mes han caído cuatro:
Los surcos del azar de Paco Roca. Ha sido una delicia leerlo.
El fantasma de Anya, muy interesante.
El hijo me resultó muy duro de leer, desagradable. No lo abandoné de milagro y no terminó de convencerme en ningún sentido.
Siguiendo con novela gráfica, he leído también este mes El arte de volar, de Antonio Altarriba.
Continué con un libro del que hace un mes no sabía nada, que es Desde que el mundo existe; pero a mi chico le había entusiasmado y me lo prestó. Todo un clásico.
Para mi club de lectura feminista, tocaba un ensayo: El pueblo gitano contra el sistema-mundo. Un libro que me pareció interesante, que se lee bien pero que no me aportó gran cosa ya que no me lo creí en ningún momento.
Este mes, como veis, ha sido bastante productivo en número, ocho libros. Y he leído mucha novela gráfica, que cada día me gusta más.
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