Al bajar al desayuno, los chavales me avisan de que llueve. Llueve muchísimo.
Tengo que subir a cambiarme porque ni siquiera había mirado por la ventana al vestirme.
Nuestra primera visita del día es el Museo nuevo.
Al salir del metro, tenemos que andar aún bastante para llegar, pero la niña del esguince me llama.
- Tengo ganas de vomitar.
Como mi cuerpo no estaba para muchas bromas, le dije:
- Pues vomita.
- ¿Dónde?
- Aquí mismo.
Creía que no iba a hacerlo, pero vomitó. Fuimos detrás de los demás, ella coja y yo intentando pensar qué hacer con ella el resto del día, con la maldita lluvia, con todo. Le saqué, poco a poco, que había tomado un ibuprofeno por la noche y otro por la mañana. Dijo que por la noche sí había cenado pero por la mañana no había desayunado nada. Ahí estaba la causa de los vómitos.
Al entrar en el museo, la llevé a la cafetería y le obligué a desayunar. Le dije que se tomara un vaso de leche pero quería un zumo. Un zumo que salió tal como entró a los diez minutos. Y que me costó más de siete euros, todo hay que decirlo...
No os sé decir muy bien cómo es el museo. La cafetería, preciosa. Y, afortunadamente, una de mis compañeras me hizo un relevo y pude ver el busto de Nefertiti, la joya más importante del museo.
A esas alturas la aventura de la noche había llegado ya a oídos de jefe supremo de toda la banda, que me llamó y me dijo que iba a llamar a los padres del chico. Me opuse rotundamente y mentí como una bellaca. Le dije que no hubo tal borrachera, sólo que el chaval no bebe nunca y le sentaron mal un par de cervezas. Y que no hiciera esa llamada. Me imaginaba a los padres, a tantos kilómetros de distancia, recibiendo esa llamada, poniéndose nerviosos, imaginando cosas. Y tampoco había sido para tanto.
Al salir del museo, los chicos estaban empapados. Eran las doce de la mañana y nos metimos en un centro comercial inmenso en el centro de la ciudad. No había otra solución. Allí muchos empezaron a protestar. Querían ir al hotel a cambiarse y a descansar. Yo no era partidaria de ello, pero lo cierto es que no veíamos mucha alternativa. No habíamos preparado un plan b para un día de lluvia.
Les dimos el resto del día libre. Fue una locura. Muchos hicieron visitas por su cuenta, otros aprovecharon para hacer compras, pero la mayoría se fueron al hotel, se acostaron y durmieron hasta las ocho de la tarde.
Nos esperaba otra noche peliaguda. Eso estaba claro.
Yo me habría ido también al hotel a descansar, pero los profes y algunos chavales entramos en una tienda, nos armamos de paraguas y visitamos la ciudad bajo la lluvia. También algún centro comercial, y regresamos al hotel a la hora de la cena. Salimos a cenar en un restaurante cercano y mis compañeros se fueron a la cama sin contemplaciones.
Tendría que haber hecho lo mismo, pero los nervios no me dejaban dormir.
Continuará...
Madre mía...uff..qué odisea!
ResponderEliminarBesos!!!!!
Queda ya poquito para el final, final apoteósico...
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No, otra noche nooooo
ResponderEliminarSí, otra noche... ¿lo dudabas?
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¡Qué valiente eres! En mi cole no se hacían viajes de fin de curso ni similar porque el colegio se negaba a hacerse responsable.
ResponderEliminarNo me extraña nada. Yo me apunto a un bombardeo, pero nunca había ido tan lejos y con tantos chavales. Lo máximo, a Salou y Port Aventura con tres profes y quince chavales, hace muchos, muchos años.
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Tus crónicas berlinesas se merecen un libro en toda regla...de verás...
ResponderEliminarSeguro que muchos teachers podrían aprender de tus experiencias, ya sean cómicas, divertidas, hilarantes, alegres, surrealistas...
¿No los has penado? Seguro que triunfas...^_^
¡Buen verano!
Oye, lo del libro no estaría mal... No, en serio, no merecen la pena. Pero grancias, Noelia.
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sólo os faltaba la lluvia!!!
ResponderEliminarbssss
cosicasdenuestravida