Más o menos a mediados de febrero es la mitad del curso. Así que ya la hemos pasado. Como les digo a mis alumnos, a partir de ahora todo va cuesta abajo y sin frenos. Y yo siento, como cada año, que no he hecho lo suficiente.
Todos los años se lo recuerdo a mis alumnos. Algunos me dicen que se les ha hecho corto y otros que queda muchísimo para el verano, y que si todavía estamos solo a la mitad. Pero también se lo recuerdo para que reflexionen sobre lo que han hecho hasta ahora, sobre lo que han aprendido, sobre si tienen que cambiar algo en su trabajo en este curso, en su forma de hacer las cosas. Supongo que no sirve de mucho, pero invitar a reflexionar es algo que hago habitualmente, quieran o no.
Estos días, hace un par de semanas, hemos estado pensando en ello, en cómo van las cosas, en su presente y en su futuro. Y sigo pensando que los chicos ahora tienen muy difícil todo. Parece que hay tantas posibilidades, tienen tantas cosas donde elegir, tantas opciones en la vida, que todo resulta demasiado complicado para ellos. Porque saben lo que quieren aún menos que lo sabíamos nosotros a su edad.
Por supuesto que hay chicos que saben lo que quieren, pero no es el caso de mis alumnos. Mis alumnos tienen una mala relación, a veces pésima, con el sistema educativo y el mundo académico. No se les ha dado bien, no es lo suyo, pero todos les insistimos en que tienen que estudiar, en que tienen que prepararse, en que no lo pueden dejar. Es como alguien en mala forma, sin ganas, sin motivación y sin preparación de ningún tipo al que le ponemos al frente de una maratón y le decimos que tiene que hacerla. O media, o una carrera algo más corta, pero que tiene que correr. No quieren, no tienen ganas, saben que no es lo suyo, no les motiva y no dan más que unos pocos pasos inciertos, sin saber muy bien hacia dónde.
Mis alumnos son de pueblos pequeños en los que a veces no hay nadie más de su edad y el instituto les gusta por su componente social. No suelen faltar a clase, vienen porque es la forma de ver y de relacionarse con gente de su edad. Pero lo académico es otra cosa. No estudian, y hacen en clase lo que les obligues o les convenzas de que tienen que hacer, pero siempre sin ganas, siempre intentando escaquearse. Para sus profesores es agotador, pero creo que hay que entenderlos.
Os comenté que este año tengo una clase bastante maja, que van sacando las cosas, que se llevan bien, con la que estoy contenta. Eso no quiere decir que cada aprendizaje, cada actividad, cada vez que hacemos algo, no me salga a mí del pellejo.
Me gusta cómo describes a tus alumnos, siempre encuentro sinceridad y cariño en tus palabras hacia ellos.
ResponderEliminarBesos.
me da mucha pena que tengan esa relación, ya no con el colegio sino con el aprendizaje y con la vida en su conjunto :/
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