jueves, 12 de noviembre de 2020

Amigas

 Eran amigas de verdad. Y lo fueron durante los últimos cincuenta años, o más. Se conocieron muy jóvenes, recién casadas. Y eran muy diferentes. Una había vivido siempre en una ciudad, con sus hermanas y amigos. La otra había vivido siempre en un pueblo, ayudando en casa y en el campo, y se había casado para ir a vivir a otro pueblo. Ambas coincidieron en eso. En casarse e irse a vivir a un pueblo muy pequeño.

Una de ellas tuvo un hijo, y la otra tres. Se veían cada día sin necesidad de buscarse, se hacían pequeños recados, contaban la una con la otra. Las conocí toda mi vida. Y nunca oí a ninguna de las dos decir nada malo de la otra. Se entendían, tenían confianza, se contaban sus cosas. Y nada de lo que ellas hablaran salió nunca de su círculo de confianza.

Todas las semanas,  todos los sábados, una iba a que la otra le pusiera los rulos, y la dejara preparada para, al día siguiente, peinarla definitivamente para ir a misa. Eran esos momentos de intimidad en los que los demás nos quitábamos del medio y ellas tenían sus conversaciones privadas. Se comentaban todas sus cosas, se aconsejaban en todo tipo de cuestiones, lloraban la una en el hombro de la otra.

No eran de las que se pasan la vida la una en casa de la otra. Ni de las que pasean agarradas del brazo. Pero sí estuvieron en todas las celebraciones, en todos los cumpleaños, en todas las buenas ocasiones... y lo más importante. En las malas. Un fallecimiento, un accidente, y nunca hizo falta preguntar ni pedir para que una ayudara a la otra en lo que fuera. 

Cuando una de ellas puso fin a su matrimonio, la otra siguió, no solo llamándola todas las semanas, sino yendo, de vez en cuando, en el autobús, hasta la ciudad a que la otra la peinara y a pasar el día con ella. Cualquier cosa, cualquier momento de alegría o de pena era compartido.

Y la semana pasada, de repente, porque su cuerpo estaba ya débil y puede que por esta maldita pandemia, una de ellas nos dejó. En la otra ha quedado un vacío que ya no será capaz de llenar. Porque amigas puede haber muchas, pero ninguna como esta. Todos alrededor estamos afectados. Porque era, sin duda, la persona más buena y generosa que yo haya conocido. Pero, sobre todo, era la amiga de mi madre. Su gran amiga; la que ha estado ahí en todo momento. Siempre lo fue y siempre lo será, y no hay consuelo para ella, ni lo habrá nunca.

8 comentarios:

  1. Una historia de amor verdadero. Siento mucho lo sola que se habrá quedado tu madre.

    ResponderEliminar
  2. Ufffff, qué pena, por favor. Un abrazo inmenso a tu madre.

    ResponderEliminar
  3. Qué bonito has contado una pena tan grande. Un abrazo para tu madre.

    ResponderEliminar
  4. Y algo se muere en el alma cuando un amigo se va. Tan cierto.
    Un abrazo de corazón.

    ResponderEliminar

Cuéntame...